La última vez que Mauricio Dayub estuvo en Paraná, la ciudad donde nació y creció, fue hace casi un año: en agosto de 2019, presentando El equilibrista. Nunca, desde que dejó la ciudad en 1983, pasó tanto tiempo sin volver al pago. Como máximo dejaba pasar tres o cuatro meses, pero no más. “Hay un tic tac que siempre me hizo volver y es esencialmente la familia, los padres, porque siempre tuve esa sensación de que con los padres había que tratar de estar, y los dos se fueron hace muy poco, longevos, con más de 90 años. Pero también por la ciudad, el río, los lugares donde aprendí cosas, la calle Libertad, el Club Recreativo, el centro y los amigos que tengo aún”.
Precisamente, hace poco, en ocasión del aniversario de su fundación grabaste un video sobre lo que significa para vos ser de Paraná…
Sí y me llegaron muchas adhesiones a ese sentir. Me costaba escribir algo acerca de la ciudad, del paranaense, porque es difícil que la propia historia refleje a muchos, podrían haberme dicho que acá la posta no es así, y sin embargo recibí muchos llamados de todo tipo, de familiares, de amigos que compartían esa sensación y me puso muy contento haberlo hecho.
¿Tuvo algo que ver esta cuarentena que te impide volver?
Todavía la cuarentena no me hace sentir que es el fin del mundo. Teniendo las necesidades básicas para vivir y no siendo damnificado por el contagio o una muerte cercana, la cuarentena nos lleva a algo que yo creo que estábamos necesitando todos y que es parar un poco, parar este mundo que no nos tenía en cuenta a nosotros… Para el final de El equilibrista yo escribí que el mundo sigue avanzando desentendiéndose de nosotros como si no se enterara de lo que nos pasa. Una de estas noches me animo yo, paro al mundo y se lo grito a todos para que de una vez por todas el mundo y yo seamos lo que tenemos que ser. Yo venía sintiendo la necesidad de que alguien parara el mundo injusto que deja afuera a tanta gente, donde no nos importa lo que le pasa a otro, donde muere alguien y todo sigue igual. Cuando vivía en Paraná, cada vez que se moría alguien yo sentía que se paraba la ciudad y cundo pasaba la ambulancia me quedaba parado viendo a qué barrio iría, por qué pasaba. Acá no alcanzo a vivir las muertes porque se superponen unas con otras.
¿Crees que vamos a aprender la lección?
Es la gran pregunta… creo que algunos vamos a intentar modificar personalmente y eso puede llegar a contagiar a otros, pero no creo que los que ponían en marcha ese mundo lo desaceleren y empiecen a pensar en todos nosotros y mejoren la vida de los demás. Lamentablemente, no creo que ocurra.
¿Te ha inspirado esta situación para crear personajes o desarrollar proyectos?
Si, primero, sentir que el afuera no te reclama es algo extraordinario porque la exigencia del afuera tiene años en mí y de pronto supe que afuera no me espera nadie. Si antes me despertaba las seis para ganarle al día y hacer lo que me gusta, ahora me levanto a las cuatro y media. Me sirvió para encontrarme con esas cosas que estaban pendientes, empecé a escribir cuentos cortos y les grabé la voz y les empecé a poner imágenes, entonces estoy haciendo como video-cuentos con músicos, directores de cine, pintores, artistas de distintos rubros y ya tengo unos 20 escritos y unos cinco o seis ya terminados como pequeñas peliculitas.
Sin embargo a pesar de estar aislados hay mucha demanda desde afuera a través de reuniones, transmisiones en vivo y demás…
Eso empezó a las tres o cuatro semanas de la cuarentena, las dos primeras semanas fueron perfectas para mí, no llamaba nadie y a los pocos que llamaban yo podía decirles ‘esperá porque no te puedo decir todavía qué siento o qué va a pasar con el teatro’. Sin experiencia el pensamiento no se desarrolla. Ahora sí, todos tienen su propio canal y hay vivos a toda hora. Los voy manejando, trato de hacer unos pocos por semana. Porque contrariamente a lo que se cree, el actor tiene que observar, más que ser observado, la exposición te hace perder la materia prima que es mirar a los demás sin que te vean para robar comportamientos, voces, posturas físicas… Cuando empecé a estudiar con Carlos Gandolfo nos decía que no dejemos de mirar, de observar, de sentir lo que pasaba, y eso va conmigo, muchas veces tengo que decirle al que está al lado ‘discupame porque estoy escuchando una conversación que está transcurriendo detrás mío’ y esas conversaciones san ido a parar a mis obras. Así, limpitas.
¿Hay alguna diferencia entre interpretar un personaje ficticio, creado por un guionista a interpretar a alguien que sí existió como puede ser un personaje histórico?
Sí, cambia mucho, yo siento un respeto muy potente por la vida humana y no puedo imaginar que la vida de una persona fue más o menos así, que es lo que uno podría hacer con un rol inventado. Cuando se trata de alguien que vivió uno tiene que capturar la esencia de esa persona y expresarla. En ese sentido, escribir y actuar son una combinación perfecta porque cuando actuás lo que escribís te da un plus extraordinario, en El equilibrista yo pongo en escena la vida de mis abuelos, de mis tíos y te conmueve porque son personas que existieron y esas cosas les pasaron. Es más potente.
Qué fenómeno ha sido y es, a pesar de esta pausa, El equilibrista…
Para mí ha sido más fuerte que Toc Toc, que se ha convertido en la comedia más vista de la historia del teatro argentino y que tuve la posibilidad de protagonizar, de hacer 2753 funciones, es más fuerte porque Toc Toc me tenía solo en el rubro actoral, El equilibrista, en cambio, fue todo junto y de inmediato. Fui a Mar del Plata a hacer tres funciones a una sala que me quedaba grande y me viene haciendo ocho funciones por semana en una sala que me quedaba chica. Es un unipersonal que pasó de mi sala con menos de 200 localidades al Nacional que tiene mil, y llegué a vender entradas con seis semanas de anticipación.
¿Todo eso en cuánto tiempo?
Dos meses.
¿Qué le pasó a la gente con El equilibrista?
Creo que al mostrar a mi familia el espectador vio a la suya, el espectador estaba necesitando resignificarse a sí mismo, con ese valor que tenemos y que la vida que llevamos nos hace perder porque si no tenés determinado auto valés tanto, si estás en un barrio depende cuál sea, sos más o sos menos… está todo tan estructurado a partir del consumo que tenemos la necesidad de decir que no es así, que mi vida vale porque sí, por ser persona.
Desde que dejaste Paraná hasta celebrar el éxito de El equilibrista parece que fuiste firme siguiendo un norte, ¿dudaste en algún momento?
Yo por momentos sentía que Buenos Aires no me necesitaba ni me quería, que lo que yo tenía para ofrecer no interesaba y advertirlo me pateaba al corner, mal. Yo no tenía muchas cosas para ofrecer, yo perseguía ser unos de los siete u ocho actores que admiraba, yo quería ser el mejor de todos mostrando que lo podía hacer, yo tenía una ideología no quería que me regalaran nada no quería que me aceleraran nada, quería lograr hacerlo a mi manera y poder mostrarlo. Esa búsqueda a mí me generaba identidad y posibilidades de desarrollo real, yo quería llenar la alforja de experiencias para estar luego tranquilo frente a un director.
Eso implica tener paciencia y esperar…
Pero esperás creando, si no me llegaba la oportunidad yo ya me había pasado la vida haciendo lo que me gustaba, probando mis espectáculos, no me había quedado esperando que alguien diga necesito a un chico como vos, sino que me formaba.
Ahora se te ve muy feliz, te sentís bien…
Sí, muy. Mi vida fue muy de menor a mayor. Empecé muy de abajo, viviendo en unas pensiones de temer, tanto es así que al terminar las clases me iba a los bares para ver si algún amigo me invitaba a dormir a su casa para no ir a dormir porque me daba miedo desaparecer y que nadie se entere. Eran pensiones horribles. Y ahora te diría que me falta tiempo para disfrutar este estadio.
¿Crees que haber crecido en la ciudad donde creciste y tu vínculo con el río, forjaron tu manera de ser y cómo fuiste afrontado las dificultades?
Siempre que tengo que decidir algo importante cierro los ojos y me imagino en las barrancas del Paraná y rápidamente entiendo qué está bien para mí y que no, es algo que se me ha repetido, me ha pasado muchas veces, es como un gesto que tenía mi papá que había que ir por la vida por un camino derecho… y cuando algo de la vida me ha querido llevar para los costados, recuerdo esa imagen y sé por dónde tengo que ir y muchas veces se han prendido lucecitas a los costados… Así, como esa mano de mi papá, el río también ha sido una guía.
Como el equilibrista que no le puede hacer caso a las lucecitas de los costados porque se cae…
Sabés que quien me enseñó me dijo que con la iluminación del teatro no lo iba a poder hacer, que cuatro meses de práctica eran muy pocos, que la tensión del público no me iba a ayudar a mantener el equilibrio. Entonces, como no podía practicar todo el tiempo en la plaza, una noche me desperté y armé la cinta entre dos columnas de mi cuarto y en la penumbra de la noche me subía para ver si a oscuras podía mantener el equilibrio y la insistencia me permitió hacerlo en teatros chicos, grandes… te diría que me asombra a mí porque hasta dos semanas antes me caía y no me empecé a caer dos días antes del estreno. Lo del slackline ha sido algo increíble.
Sabina Melchiori
La entrevista se dio en el marco del segundo encuentro del ciclo “Factor río: Diálogos de afluencias culturales”, propuesto por la Secretaría de Cultura de la provincia de Entre Ríos